domingo, 29 de octubre de 2017

Una novela de la Revolución Rusa

Puesto que en todas partes se habla del centenario de la Revolución de Octubre, yo por mi parte quiero recomendar una novela: "El maestro Juan Martínez que estaba allí". Se publicó en 1934, no obstante, Asteroide, cómo lleva haciendo desde hace algún tiempo, ha recuperado del olvido esta novela. El autor fue el gran Manuel Chaves Nogales, un periodista y escritor sevillano que supo brillar notablemente en su época tanto en sus artículos periodísticos como en sus trabajos literarios.
Centrándome en la novela... ¿quién era Juan Martínez?, ¿de qué era maestro? y, por último, ¿dónde estaba? Todas esas respuestas se hallan evidentemente entre las páginas de la novela, pero por si alguien necesita un empujoncito para empezar a leer aquí va alguna que otra respuesta. Juan Martínez era un burgalés; de profesión: bailaor flamenco. El decir dónde estaba resulta más complicado que decir el cuándo. Él estaba en Europa cuando estalló la Primera Guerra Mundial y mientras estaba recorriendo el continente, siempre huyendo de la guerra, estalló la Revolución, justo cuando llegó a Rusia.
Este personaje, tan extraordinario que parece provenir exclusivamente de la mente del autor, fue real y las peripecias, los apuros y aventuras que soportó también lo fueron. Por está razón, la obra aúna el valor testimonial de alguien que vivió en sus carnes la Revolución y el valor literario que caracteriza la obra de Chaves Nogales que con su fina narrativa teje un gran relato, haciéndose un hueco entre los grandes maestros de contar historias.
No puedo añadir más, salvo un dato personal. Esta novela la leí por recomendación de unos amigos. Creo que nunca se lo he agradecido lo suficiente.

sábado, 23 de septiembre de 2017

Contagiar la ilusión


Los rifirrafes que están sucediéndose desde hace un tiempo entre la Generalitat y el gobierno central están avocando a los catalanes, y por extensión a los demás españoles, a un abismo de odio y recelos del que no sabemos si podremos salir. El problema es muy grave y los que luchan contra el independentismo lo están haciendo de pena. Sus argumentos apelan a la razón: si os vais os quedareis muertos del asco, sin liga, sin Unión Europea, etc. Eso es un sinsentido. ¿Acaso se creen que unos luchadores por la libertad (como ellos se creen que son) van a rebajarse, van a venderse por esas miserias? Vamos, por favor, un poquito de dignidad. Si yo fuera independentista me burlaría de estos viles intentos de chantaje materialista.

No. La verdadera batalla en este conflicto está en los sentimientos, en el corazón, en el alma. No se trata de si los catalanes ganarán más si dejan de ser españoles o de si las empresas multinacionales se están yendo de Barcelona. No. Los independentistas creen que su causa es buena y justa, y no sé usted estimado lector, pero yo cuando me implico en una causa me da igual perder tiempo, dinero u horas de sueño. Esto es lo que sienten los independentistas y es algo que hay que respetar. La respuesta no son las burlas, los insultos o la violencia porque estas cosas sólo les dan más razones para querer irse


Así pues, este es el terreno en que debemos movernos aquellos que creemos que el separatismo es un error, que somos mejores juntos que separados. Debemos luchar con ganas, con corazón. Debemos hablar con ellos, contagiarles la ilusión que produce ser parte de un gran proyecto, ser parte de España. Ahora bien, habrá algunos que dirán: - “Bueno, bueno, eso es muy bonito, pero aquí quien la está pifiando es la Moncloa, ¿a mí qué me cuentas?”. Pues, te cuento otro par de cosas más. En primer lugar, que  tenemos los políticos que nos merecemos, porque es mucho más fácil y cómodo criticar desde la barrera sin implicarse en nada. En segundo lugar, que este problema nos afecta a todos y, por poco que sea, algo podremos hacer en nuestro día a día para que nuestros hermanos catalanes sientan que son bienvenidos en cualquier parte de España.

sábado, 1 de julio de 2017

La vida de Charlie Gard

Charlie Gard es un bebé de diez meses. Nació en Inglaterra con una rara enfermedad,  el Síndrome de Agotamiento Mitocondrial, que provoca que los músculos, pulmones y otros órganos se vayan quedando sin energía. Su cura es muy improbable. Solo en Estados Unidos parece haber un tratamiento experimental que podría funcionar. Al enterarse los padres no lo dudaron ni un momento se dejaron la piel para conseguir reunir casi un millón y medio de euros, pero cuando intentaron llevar a su hijo a EE.UU. para que lo tratasen, el hospital no se lo permitió. Acudieron a los tribunales y el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos también les ha negado el permiso. De hecho, ha ordenado que Charlie sea desconectado de la máquina que le permite vivir. Es decir, lo han condenado a muerte.

Chris y Connie, los padres están destrozados, como no podría ser de otra manera. Ahora solo piden llevárselo a casa para cuidarlo hasta que su tierna mirada se apague. Quieren que duerma en la habitación que ellos mismos decoraron para él, en la cuna que le compraron y que él nunca ha utilizado. Tampoco se lo permiten los médicos.

La esperanza, esa virtud tan preciada que fue lo único que Pandora conservó en su caja, ha sido vencida por médicos y jueces. La fría ley está matando a este niño y no hay ninguna manifestación, acto, repulsa…nada. Sólo silencio. Es cierto que toda vida debe ser respetada y cuidada hasta su fin natural, pero ¿desde cuándo dejar morir de hambre y sed es eso?


Además hay un precedente. A un niño italiano con la misma enfermedad, Emanuele Campostrini, le dieron unos meses de vida y ahora ya tiene 9 años. ¿Por qué no se le da una oportunidad a la posibilidad, a la esperanza, al milagro? En una Europa como la que vivimos tan avanzada y pagada de sí misma se debería reflexionar si verdaderamente estamos haciendo las cosas bien, si realmente seguimos teniendo compasión o no nos importa en absoluto la vida humana.