A él
nunca le gustaron las grandes multitudes, las grandes fiestas. O bueno, a decir
verdad, lo que no le gustaba era ser el centro de atención de esas multitudes,
de esas fiestas. Disfrutaba como cualquiera en los cumpleaños o en las bodas de
los amigos y se echaba sus bailes cuando salía por ahí los sábados. Sin
embargo, cuando más cómodo se sentía era en medio de sus amigos con una cerveza
delante escuchándoles hablar con absoluta delectación de sus aventuras diarias.
En esas ocasiones sentía que la vida era buena, que valía la pena dormir un
poco menos ese día sólo para compartir unas últimas risas con los amigos.
Seguramente sus conocidos dirían de él que era un muchacho alegre, a veces
divertido, bueno como el que más y un tanto formal. Lo que ellos no sabían y
sus amigos sí, era que cuando no estaba cómodo se esforzaba por disimularlo
desplegando paciencia y amabilidad a partes iguales. Pero eso le costaba. Al
llegar a su casa sentía la cabeza pesada, los ojos cansados y las piernas de
gelatina. En esos momentos sólo deseaba cerrar los ojos y abandonarse a un
sueño reparador.
Siendo
esta su naturaleza podría parecer que su futuro laboral estaría en trabajos con
poco contacto humano, quizá en una oficina desempeñando un puesto menor, o
quizá en algo relacionado con máquinas u ordenadores. Pero no. A la vida le
encanta hacer chistes con los seres humanos y nuestra propia naturaleza,
caótica y contradictoria, se presta bastante a ello. Este chico, tímido e
introvertido, nunca destacó en los deportes de equipo, pero cuando le pusieron
una raqueta en la mano la conexión entre él y el tenis fue instantánea. A los
torneos infantiles le sucedieron los juveniles y a estos los profesionales.
Todo el mundo empezó a hablar de la nueva estrella que se alzaba en el cielo
del tenis nacional.
No
obstante, la fama no lo cambió. Seguía siendo introvertido. De hecho, él
adjudicaba su éxito a esa timidez. Cuando estaba jugando sólo se concentraba en
el rival y en la bola. En esos momentos no tenía que entender a los demás, o
explicarse, o mostrarse a gusto; simplemente podía ser él mismo. Sin embargo,
los partidos siempre se acababan y el estruendo que sentía entonces lo
abrumaba. Además, después de los partidos venían las ruedas de prensa, las
preguntas incómodas, los periodistas incisivos. Pese a los inconvenientes, él
siempre siguió al pie del cañón, practicando el deporte que tanto amaba y
soportando con paciencia los inconvenientes que le causaba ser tan bueno.
Por
fin un día se retiró. Se había labrado una fama de luchador tenaz e
inquebrantable y había ganado numerosos títulos, sin embargo, sentía que las
rodillas ya no aguantaban como antes, que sus movimientos eran pesados, que los
huesos le dolían cada vez más. Así pues, decidió pelear por un último título y
luego despedirse del tenis profesional. Los críticos no le tenían entre sus
favoritos, pero una y otra vez los rivales tuvieron que claudicar ante la
leyenda. Y llegó la final. Su última final. Conscientes de ello la pista se
llenó de espectadores. Su público fiel le acompañó en su última batalla.
En
el punto de partido pareció que el estadio se iba a caer. La ventaja que uno
tomaba al otro era rápidamente contrarrestada. Hasta el final nadie pudo
asegurar quién iba a ganar. Se podía palpar la expectación de todos los
presentes. Había sido épico, digno de contar a los nietos. Y en ese momento un
revés afortunado le dio la victoria. El rugido del estadio fue espectacular. El
pobre jugador se quedó paralizado en medio de la pista abrumado por el cariño
de la gente y la emoción del juego. Lagrimeando sin disimulo se dirigió a la
multitud aplaudiendo su fidelidad y afirmando que nunca habría ganado sin
ellos. Después tuvo lugar la última rueda de prensa. En ella fue especialmente
encantador, cordial y hasta divertido. Se despidió de todos y cada uno de los
periodistas, tanto de los veteranos que habían seguido toda su carrera como de
los novatos que empezaban a dar sus primeras noticias. Les apretó la mano y les
deseó lo mejor. Terminado todo, condujo su coche tranquilamente hasta su casa y
al llegar se tumbó en la cama. Vencido por todas las emociones del día. Aunque
era aún por la tarde, cayó redondo en un sueño profundo.
Le
despertó a las dos horas el sonido de su móvil. Su mejor amigo llamaba. Tendría
que cogerlo. Cuando aceptó la llamada, su amigo no le preguntó sobre el
partido, la despedida del público o la rueda de prensa. Simplemente se limitó a
decir:
- - Oye, los de siempre vamos al bar de Paco a tomar
algo, ¿te vienes?
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