martes, 9 de abril de 2024

Muhammad Ahmad, el Paul Atreides del siglo XIX

Hoy por hoy la celebérrima obra de Frank Herbert, Dune, está en boca de mucha gente. La adaptación cinematográfica que ha llevado a cabo Denis Villeneuve ha captado la atención de todos, bien para alabarla, bien para poner el acento en sus carencias. Pese a los reparos todos coinciden en lo interesante de la propuesta de Villeneuve y en la originalidad de la historia de Herbert. No obstante, pocos han establecido la comparación entre la historia del joven Paul Atreides y la de Muhammad Ahmad, un hombre que puso en jaque al Imperio Británico durante algunos años, proclamando una yihad que, en sus pretensiones, quería ser mundial.


Pero, ¿quién este Muhammad Ahmad? ¿Seguro que tiene algo que ver con Dune? ¿Por qué me tendría que interesar este tipo? ¿No te estarás confundiendo? ¿Acaso no se pueden establecer más paralelismos con la vida del profeta Mahoma? Para empezar a abordar estas cuestiones hay que dejar clara una cosa, la obra de Frank Herbert es independiente, original, y, pese a que se perciben en ella muchas influencias, él (y posteriormente su hijo Brian y su colaborador Kevin J. Anderson) ha creado un trasfondo propio al igual que George R.R. Martin ha hecho con su Canción de Hielo y Fuego y la Guerra de las Dos Rosas. Teniendo esto en cuenta, tengo que admitir que no conozco tanto la obra de Herbert como para encontrar e identificar todos y cada uno de los elementos que recogió de la realidad, sin embargo la relación entre los hechos protagonizados por Paul Atreides y aquellos protagonizados por Muhammad Ahmad saltan a la vista.


Para empezar desenredemos brevemente la vida de Paul. Un chico de noble cuna y muy bien educado que es empujado al desierto por sus enemigos. Allí traba amistad con las tribus que lo habitan, las cuales esperan un mesías que los libere de la opresión de los Harkonnen, unos extranjeros que han colonizado el planeta. Después de un tiempo estas tribus (cuya religión, por cierto, es una hibridación entre el budismo zen y el islam suní llamada zensunni) al ver ciertas señales y portentos deciden reconocer a Paul como su «Mahdi», su mesías (en la película de Villeneuve el termino aparece poco y en su lugar se usa más «Lisan al Gaib»). Después de esto Paul inicia una guerra santa (en el libro se usa más el término «yihad», no sé, puede que estos cambios hayan sido para no ofender sensibilidades) no solo contra los malvados Harkonnen, sino también contra el resto del Universo Conocido. Es cierto que en este resumen he soslayado muchos detalles y me he centrado más en la historia que se narra en Dune II, pero a grandes rasgos esta es la historia de Paul.


Pues la historia de Muhammad Ahmad es la misma. Más o menos. Este señor nació en Sudán en 1843.  Aunque su familia no era especialmente rica, decía poder trazar su ascendencia hasta el mismo Mahoma. Sus parientes se dedicaron a la construcción de barcos, pero el joven Muhammad decidió dedicarse por entero al estudio del Islam, siendo reconocido por muchos como un modelo de piedad y ascetismo. Poco a poco su reputación creció, dedicándose a predicar una reforma del Islam, un retorno a las virtudes originales.


Pero, ¿cómo era Sudán en esa época? Desde 1821 esta tierra estaba dominada por el Jedivato de Egipto, un estado semiautónomo. En principio, era un territorio perteneciente al Imperio Otomano. En la práctica, los gobernantes de Egipto hacían lo que querían siempre y cuando los británicos estuvieran de acuerdo. Sudán, pues, era una colonia de los egipcios, que a su vez eran un protectorado de los británicos. Era, además, una tierra vasta e inhóspita, enclavada en medio de la parte suroriental del Sahara (con mucha, mucha arena como Dune). Las dos únicas fuentes de riqueza eran la agricultura que permitía la ribera del Nilo y el tráfico de esclavos. Y estos dos pilares económicos fueron socavados por el dominio egipcio. La agricultura fue favorecida por los adelantos occidentales, pero los impuestos frecuentemente ahogaban a los pequeños agricultores, causando el sempiterno resquemor que causa tributar. Por su parte, el tráfico de esclavos, tras una gran presión por parte de las potencias occidentales, fue suprimido de raíz. Ambas causas alimentaron un creciente descontento entre los sudaneses (menos en los esclavos liberados, ellos, supongo, estarían bastante agradecidos). Y, en este momento, volvemos a Muhammad. Aprovechando este clima y contando con la fuerza que le prestaban sus numerosos seguidores, en 1881 este descendiente de Mahoma proclamó ser el nuevo «Mahdi», que restauraría el Islam a su forma original y liberaría a Sudán de los odiosos egipcios y de sus amos británicos. Además, su misión divina, su yihad, no paraba en Sudán, sino que abarcaba todo el orbe. Quien no se uniera a él y a los suyos sería asesinado.


Sin duda, el paralelismo con Paul Atreides salta a la vista y, sin embargo, pocos conocen a esta figura, a este hombre que desde uno de los sitios más remotos de la Tierra inició una guerra santa y supuso un verdadero quebradero de cabeza al Imperio Británico. ¿Por qué pasa esto? Yo no tengo la respuesta. Quizá es que los conflictos coloniales del siglo XIX no nos interesan. Ya sabemos que los europeos fueron unos abusones y los africanos y asiáticos unas pobres víctimas y con este maniqueísmo burdo e ignorante nos vamos a la cama, felices de que esos tiempos hayan pasado.


Sin embargo, ¿realmente han pasado esos tiempos? ¿Ya no hay colonialismo? ¿Realmente había buenos y malos claramente definidos?  Y lo que algunos se estarán preguntando, ¿qué pasó con Muhammad Ahmad y su yihad? A todas estas preguntas o al menos a alguna de ellas intentaré dar respuesta próximamente. 

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