martes, 16 de abril de 2024

Muhammad Ahmad, el Paul Atreides del siglo XIX (II)

Como decía en una entrada anterior parece que se puede trazar un gran paralelismo entre la vida de Muhammad Ahmad y la del personaje Paul Atreides de la novela Dune. Ambos surgen del desierto,  ambos se titulan «Mahdi» y ambos declaran una yihad para librarse de los opresores colonialistas. Sin embargo, no vimos que pasó con la rebelión de Muhammad. ¿Se libró de los egipcios y británicos como Paul Atreides se libró de los Harkonnen? Ahora lo veremos.



En Dune el heredero de la casa Atreides inicia una gran rebelión con las gentes que viven en el desierto, los fremen, dándole, además, un carácter de yihad, de guerra santa. Este conflicto rebasa las fronteras del arenoso planeta de Arrakis para abarcar a todo el Universo Conocido y catapulta al joven líder a la posición de Emperador Padishah. Las hordas fremen son imparables e imponen su fe a sangre y fuego. Siguiendo con el paralelismo histórico algo similar le acontece a Muhammad Ahmad.


El alzamiento de Muhammad empezó en 1881 cuando se proclamó «Mahdi» en la isla de Aba, en medio del Nilo, y encabezó a sus seguidores en abierta rebelión contra de los egipcios. Enseguida el gobernador egipcio de Sudán envió un destacamento para arrestarlo formado por dos compañías de unos cien soldados cada una. Tenían fusiles modernos y una ametralladora y los seguidores de Muhammad eran unos trescientos campesinos sin armas de fuego. El arresto debería haber sido un paseo militar. Sin embargo, sorprendentemente, los malarmados seguidores del Mahdi lograron emboscar y derrotar por completo a la tropa. Sin duda, debió de parecer un milagro. 



Era un comienzo prometedor para la rebelión, pero Muhammad sabía que permanecer en la isla de Aba era un peligro. El Nilo es como una autopista en el Sudán, pues los barcos pueden transportar rápidamente hombres y materiales de Norte a Sur con más rapidez que las caravanas terrestres. Teniendo esto en cuenta, Muhammad tomó la decisión de encaminarse hacia la región de Kordofán, hacia el Oeste, hacia el desierto, donde contaba con una gran ascendencia sobre las tribus de la zona. Fue una sabia decisión. Un mes después una fuerza de castigo de unos mil hombres llegó a la isla e intentó capturarlo en vano. Ya había huido. Los egipcios enviaron sucesivas expediciones para cortar de raíz la rebelión, pero todo ese esfuerzo cayó en saco roto. Los hombres de Muhammad atraían a las tropas hacia el interior del desierto y allí, en un terreno que no conocían, eran aniquiladas. Además, sus armas pasaban a manos de sus enemigos. Cada victoria hacía crecer su leyenda y su ejército, pues más y más tribus se iban uniendo a esta figura que realmente parecía invencible.


Dos años más tarde, Muhammad se propuso un objetivo más ambicioso: la ciudad de El Obeid, capital de Kordofán. Juntando a varias decenas de miles de sudaneses, el Mahdi capturó la ciudad. Los oficiales de la guarnición fueron ejecutados. Los soldados, obligados a unirse a la rebelión. Ante este descalabro, los egipcios pusieron como jefe del ejército colonial en Sudán al coronel William Hicks, un curtido oficial inglés que había combatido tanto en la India como en Etiopía. Quizá un militar europeo podría imponerse donde todo lo demás había fallado. Al principio todo parecía ir bien para Hicks Pachá (como lo llamaban los egipcios). Atacado por un numeroso grupo de caballería mahdista, derrotó a sus oponentes sufriendo solo siete bajas e infringiendo unas 500 al enemigo. Esta victoria reconfortó mucho al gobierno de El Cairo, tanto que despachó nuevas órdenes a Hicks Pachá para que reconquistase Kordofán. El inglés, pese a algunas reticencias, emprendió el camino hacia El Obeid. Durante más de dos meses, la expedición luchó contra el calor, la sed y el hostigamiento de pequeñas partidas rebeldes. Pese a todo Hicks continuó adelante, ciego a la trampa que se disponía a sus pies. La guerrilla mahdista condujo a la columna egipcia hacia una zona de densos y espinosos matorrales llamada Shaykan. Allí los sudaneses, protegidos por la espesura, rodearon y atacaron a los egipcios. Las tropas egipcias formaron en cuadro, pero, acosadas por los cuatro flancos y con muy poca experiencia de combate, rompieron las formaciones después de un intenso combate. Se cuenta que Hicks y sus oficiales montaron una última resistencia de espaldas a un baobab gigante. El coronel fue uno de los últimos en caer defendiéndose a golpe de espalda y cuando ya había agotado todas sus balas. La mayor parte del ejército fue aniquilado. 

La yihad ya era imparable.

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