martes, 23 de abril de 2024

Muhammad Ahmad, el Paul Atreides del siglo XIX (III)

Hace unas semanas escribí una reflexión sobre el paralelismo entre Paul Atreides, personaje de la novela Dune tan en boga últimamente, y Muhammad Ahmad, un líder musulmán que encabezó una revuelta en Sudán contra el dominio colonialista anglo-egipcio. Después escribí otro artículo para explicar la historia de Muhammad y de su rebelión. Sin embargo, la explicación se alargaba un tanto así que decidí partirla en dos. Aquí tenemos la segunda parte.


Habíamos dejado la historia de Muhammad en un momento de éxito total. En la batalla de Shaykan sus fuerzas habían aniquilado al ejército egipcio dirigido por Hicks Pachá. Las tribus que no se habían unido aún a él, pensando que estaba destinado al fracaso, finalmente abrazaron con entusiasmo su causa. En su ejército se encontraban taaishas, rizeigats, habbaniyas y beni halba de Darfur, jaaliníes del norte de Jartum, feroces jinetes donaglas y muchas etnias más, pero el gran éxito para Muhammad fue atraerse a Osma Digna, el líder de las aguerridas tribus hadendowas, establecidas entre el mar Rojo y el Nilo. Parecía que todo Sudán estaba en pie de guerra.


El gobierno de El Cairo se veía desbordado y consideraba que el territorio sudanés tendría que ser abandonado. Los británicos, cuyo poderío militar era la única cosa que podía rescatarles, no querían meterse en otra aventura imperial (al menos de momento). ¿Cómo solucionar el entuerto? La solución que acordaron ambos gobierno fue enviar a otro oficial inglés para supervisar la retirada. El gobierno de Su Majestad Británica salvaba la cara y los egipcios sentían que el Imperio Británico no abandonaría a uno de los suyos en caso de problemas. ¿Quién era este oficial? ¿Quién iba a solucionar el problema? Nada más y nada menos que el general Charles George Gordon, conocido como «Gordon el Chino». Este general era cristiano, aunque no le tenía especial apego a ninguna de las iglesias establecidas. Tenía alergia a las reuniones sociales y a la ropa formal, de hecho, era bastante descuidado en lo tocante a su ropa y su aspecto. Era testarudo y enérgico, poseyendo una confianza ilimitada en su propio juicio y una gran impetuosidad. Entre 1863 y 1864 había ayudado a sofocar la rebelión Taiping contra la China Qing (de ahí su apodo), con un comportamiento valiente, ingenioso y honorable. Era toda una personalidad de la época. 

Gordon también había sido gobernador general del Sudán de 1877 a 1880. Durante su mandato había sido un firme opositor a la esclavitud, lo que le había granjeado un respeto considerable entre algunos sectores del pueblo sudanés (aunque, desde luego, los antiguos esclavistas le tenían bastante inquina), por lo que su elección resultaba lógica y aceptable para todos. En un principio las órdenes que tenía Gordon era supervisar la retirada de todas las guarniciones egipcias de Sudán. Nada se podía hacer para detener a los mahdistas, tan solo intentar controlar los daños. Sin embargo, el general tenía mucho cariño por la región. En el pasado había trabajado para mejorar la vida de los sudaneses y realmente se sentía responsable de lo que aconteciera en el territorio. Antes de llegar a Sudán ya había trazado planes para llevar a cabo la retirada. No obstante, cuando llegó a Jartum, la capital, y decidió desobedecer las órdenes. Gordon creía que montando un gobierno alternativo al del Mahdi con un sudanés a la cabeza se podría resolver la situación. Además, confiaba en que si la situación empeoraba el gobierno británico vendría a salvarle a él, a los 7.000 hombres de la guarnición y a las cerca de 30.000 personas que poblaban la capital.


El primer paso de Gordon fue intentar solucionar la crisis de forma diplomática y le envió a Muhammad un fez y un vestido rojo junto con la oferta de ser gobernador de Kordofán a cambio de terminar su rebelión. Según cuentan, el Mahdi se rió de la oferta y le envió una carta exigiendo a Gordon que se convirtiera al Islam, además advirtiéndole: «¡Soy el Mahdi esperado y no me someteré! ¡Soy el sucesor del Profeta de Dios y no tengo necesidad de ser nombrado sultán de Kordofán ni de ningún otro lugar!». La confrontación entre los dos era inevitable. Gordon decidió que salvaría a la población de la capital no retirándose hacia Egipto sino resistiendo en la ciudad.


El gobierno británico pronto comprendió el paso en falso que había dado. Enviar a Gordon había sido una solución de compromiso para con los egipcios. «Os enviamos a uno de nuestros más célebres militares, pero a cambio no intervendremos». Ahora, con el general negándose a retirarse, la opinión pública de las islas puso el grito en el cielo, reclamando que se organizase una expedición de socorro para salvar Jartum. Las peticiones de Gordon y de la prensa caían en saco roto. El primer ministro Gladstone no deseaba intervenir en una guerra colonial, pues consideraba que el tamaño del Imperio Británico debía reducirse, no aumentarse. De hecho, en una intervención en el parlamento declaró que «enviar tropas supondría iniciar una guerra de conquista contra un pueblo que lucha por su libertad».


Un par de meses después de que llegara el general a Jartum, en abril de 1884, las tropas mahdistas rodearon por completo la ciudad. Aislado y sin posibilidad de retirada, Gordon se dedicó a fortalecer sus defensas. Se deleitaba improvisando defensas heterodoxas y creó minas con proyectiles de artillería y cajas de galletas, alambradas con botellas rotas y otras muchas ingeniosidades. Jartum estaba protegida al norte por el Nilo Azul y al oeste por el Nilo Blanco, Gordon protegió las partes que restaban con un ancho foso, creando de esta forma una isla artificial. Así el Nilo se convirtió en su mejor defensa. Mientras no llegara la estación seca el enemigo lo tendría muy difícil para asaltar la ciudad. Por su parte, el Mahdi sabía que se hallaba en una situación delicada. Si fallaba ahora todas las tribus le volverían la espalda. En cambio si capturaba la capital, su posición estaría definitivamente asentada. Había estudiado a conciencia el Corán y conocía como el Islam primigenio había unido a las tribus árabes y había creado con ellas un vasto imperio. Su intención era emular a Mahoma y extender su dominio por todo el globo. Para eso Jartum tenía que caer. 


Con el paso del tiempo la presión se volvió insostenible para el gobierno británico. La imaginación de los londinenses había sido capturada por las aventuras del excéntrico general y su heroica resistencia. Incluso la reina Victoria expresó su insatisfacción por la postura de Gladstone. Por ello, en agosto se decidió enviar una expedición que socorriese Jartum. En principio la guarnición tenía suministros para cinco o seis meses, es decir que podría aguantar hasta septiembre u octubre. Pero los meses fueron pasando y no se tenían noticias de Inglaterra. Poco a poco se iban agotando las provisiones y las esperanzas de los sitiados. No fue sino hasta finales de diciembre cuando, por fin, la expedición se puso en marcha. Ya habían pasado casi diez meses desde el comienzo del cerco y el Nilo empezaba a perder su nivel. La situación en Jartum era extremadamente angustiosa.


Conocido por Muhammad el avance de la expedición decidió retrasarla lo máximo posible y apretar el cerco. El 17 de enero de 1885 la columna británica se vio bruscamente detenida por una gran fuerza de mahdistas en Abu Klea a unos 170 kilómetros de Jartum. Dos días más tarde en Abu Kru, los británicos libraron una agotadora batalla para ganar la orilla del Nilo y no morir de sed. Fue lo más lejos que llegaron las fuerzas terrestres. El 28, por fin, unos pocos barcos de vapor lograron acercarse a la ciudad, pero ya era tarde. La ciudad había caído solo dos días antes. Después de largos meses de espera, ganando posiciones semana tras semana, las tropas mahdistas habían lanzado su asalto final el 26 de enero poco después de la medianoche. Aprovechando el bajo nivel del río flanquearon las defensas de Gordon en algunos sitios mientras lanzaban un gran ataque a una de las puertas de las murallas. La guarnición debilitada por el hambre y por una moral muy baja no ofreció una gran resistencia. Para la mañana de ese mismo día todos los soldados y civiles de la ciudad habían muerto y las mujeres y los niños habían sido esclavizados. Cuentan los relatos románticos que Gordon, viendo todo perdido, salió al encuentro de sus enemigos armado únicamente con su bastón de mando, como había hecho tantas veces en China. En lo alto de las escaleras del palacio del gobernador fue asesinado y decapitado. Su cabeza se llevó a Muhammad para que celebrara la victoria.

De esta manera el Mahdi se había convertido en dueño y señor del Sudán. Su sueño de un imperio musulmán estaba comenzando a cobrar forma. Pronto echaría a los ingleses de las pocas plazas que controlaban y quizá bajaría por el Nilo buscando nuevas conquistas en tierras egipcias. No obstante, su sueño se truncó unos meses más tarde. Muhammad Ahmad se haya en la cúspide de su poder y gloria cuando unas fiebres le asaltaron, llevándole a la tumba en junio de 1885, tan solo cuatro años después de iniciar su rebelión. Su sueño de un Sudán libre de los colonialistas se vio cumplido. El de crear un imperio fundamentalista que abarcara todo el orbe no.


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